Cinco años después la ciudad me recibe con su pincelada de gris, pero ya no asusta. De algún modo, ese era el color del abrazo esperado. La niebla no trae malos presagios, la niebla se convierte ante los ojos en el primer signo de reconocimiento. Se adhiere a la piel, sigue las líneas del rostro, como las manos de una madre. Me busca, me encuentra y me da la bienvenida.
La ciudad que fue bajo mis pies y la de estos días me provocan mil sensaciones. Ha cambiado, eso podía imaginarlo desde La Habana, sin embargo, no tanto como para sentirme extraña. Cuarenta y ocho horas es muy poco tiempo, sin embargo, suficiente para volver sobre las esencias guardadas en la memoria, para caminar nuevas rutas e intentar conformar el mapa de mis pasos. (más…)