Hoy el teléfono apenas ha sonado. Un equivocado, mi madre… Debajo la vecina friega unos trastos. Espero, a fuerza de la costumbre y con cierto sobresalto, que en cualquier momento comience el tiempo de las tareas. Horror.
El motor está roto. No habrá agua. Siento mosquitos por todas partes. Creo que me pican. Después del dengue…
Miro a mí alrededor: es el espacio de siempre, el de los últimos cuatro años de mi vida. No he abierto las ventanas desde que llegué de casa de mis padres y debo confesar que añoraba este silencio. Sin embargo, ahora por momentos también me agobia. Todo está como lo dejé antes de la fiebre.
La silla se quedó fuera de lugar, los cables por el piso y las carteras con algo más de polvo. Alguien ha puesto música para todos y yo sigo mirando, como si descubriera el silencio o como si los objetos me hablaran. Nadie va a llegar, esa reja no se abrirá. Me noquea el vacío.
Luego miro la mesa y me percato del pequeño caos. Debería significar creación, pero no estoy segura. El ventilador, el monedero, las memorias flash en total desorden, el almanaque de 2012 –ando contando los días-, un papel arrugado, otro con par de apuntes, el celular, la computadora y esta página…
La tarde se esfuma. Lo sé porque la luz que se cuela por la ventana cerrada es cada vez más gris. Debería volver a la cama, pero cuando me inunda el silencio, el cerebro se me llena de palabras y necesito escribir. Me cuesta empezar, pero luego las ideas salen en ráfaga, aunque tal vez no con la coherencia necesaria.
No tengo ganas de mucho. Me tomaría una cerveza bien fría. ¿A quien engaño? En realidad no me apetece nada. He creado un trillo invisible de la cama al caos de la mesa. Pareciera que cuando llego al teclado voy a poder escribir ese libro, ese post, pero luego me salen par de oraciones y debo regresar sobre mis pasos.
Cuando la cabeza no me quiere estallar, leo. He avanzado poco. Pero por lo menos estoy aquí, más cerca de la computadora que es como estar más cerca de ti, aunque no es cierto.
Hoy el teléfono casi no ha sonado. Un equivocado, mi madre… Por alguna extraña razón este silencio me hace sentir huérfana de palabras. Alguien sube los escalones, camina por el pasillo. Yo sé que no eres tú.
¡Ring,ring!
Al fin de vuelta… y espero que con más letras para nuestros ojos… Hermoso y delirante post… Escribe, siempre escribe… Escribir sana heridas, deja el alma limpia.
¿Quieres otro abrazo? Puedo enviarte uno silencioso…
sh!!!!!
Tus últimos títulos, Miedo y Delirio, me sugieren seguir a esa muchacha que en su comentario te ofrece otro abrazo. El mío está listo para recibirte o ir a buscarte, como prefieras.
Gracias a todos por acompañarme en esta mirada…
si digo algo interrumpo tu necesario silencio, pero si no lo hago me voy a sentir un mentiroso, sigue escribiendo para que sigas existiendo
Tienes razón, escribir me hace ser….
Pobrecita, Nilyam! Estabas enfermita!!! Pero, ¿gritar tú? No, no te imagino gritando…